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“Peñabots” y el fracaso de la comunicación política

Gabriel Sosa Plata
septiembre27/ 2016

Sin Embargo

El doctor Ernesto Villanueva, destacado académico e investigador del Instituto de Investigaciones Jurídicas de la UNAM, inició en la plataforma change.org la petición de eliminar del presupuesto público la creación usuarios simulados o reales en redes sociales, cuya misión es apoyar el discurso y la imagen del Presidente de la República, Enrique Peña Nieto.

Más conocidos como “Peñabots”, estos usuarios violan, en opinión del también miembro del Sistema Nacional de Investigadores (SIN), dos artículos constitucionales: el sexto, porque lastima el derecho a saber de los mexicanos al activarse un mecanismo de desinformación y propaganda que busca atajar las críticas el Jefe del Ejecutivo, y el 134 que prohíbe la promoción personal de los funcionarios públicos, como ocurre con estas cuentas (véase su colaboración en Aristegui Noticias, 19, 21 y 23 de septiembre, 2016).

La petición surge a partir de lo que han revelado diferentes investigaciones sobre la cada vez más frecuente explotación de estas técnicas de persuasión. Uno de estos estudios, elaborado por el periodista Daniel Pensamiento y Abel Jonathan Espinosa, un joven ingeniero en mecatrónica egresado del Tec de Monterrey y posgraduado en inteligencia de redes y nuevas tecnologías de la información, estima la existencia de 640 mil 321 cuentas de “Peñabots” en Facebook y un millón 216 mil 93 cuentas en Twitter, en el periodo analizado que va del 1º de enero al 1° de septiembre de 2016.

Este costoso ejército de usuarios virtuales y reales no logra en muchas ocasiones su objetivo porque, con base en el mismo estudio, prevalecen las críticas hacia el Presidente. Pese a su ineficacia, sí pueden modificar los temas de discusión, alteran la agenda de los usuarios (reales) de estas redes sociales y distorsionan la opinión pública. Además, mediante el acoso, inhiben la participación de quienes en pleno ejercicio de su libertad de expresión opinan sobre la gestión de Peña Nieto o de su círculo más cercano.
La contratación de despachos especializados para estas estrategias comunicacionales es una perversión en cualquier Estado democrático. Al hacerlo, el gobierno o quien lo haga a su servicio demuestra en la práctica que no está dispuesto a ejercer el poder con los más elementales principios democráticos, como la tolerancia y el debate, y peor aún, utiliza los recursos económicos de la misma sociedad para generar corrientes de opinión artificiales, alejadas de la percepción ciudadana.

Encuestas levantadas por diversos medios revelan que la aprobación del Presidente Peña Nieto sigue cayendo y esto se refleja ampliamente en Twitter y Facebook. Una de las más recientes, la del periódico Reforma (agosto 2016), señala que la gestión del mandatario federal tiene aprobación del 23 por ciento de la ciudadanía, mientras que un 74% lo desaprueba. En tanto, entre líderes, registró un nivel más bajo con el 82% de desaprobación y sólo un 18% de respaldo. Dicen Daniel Pensamiento y Abel Jonathan Espinosa, autores del estudio referido, que en el mismo periodo analizado (1° de enero al 1° de septiembre de 2016), el Presidente acumuló 82 millones de críticas, memes y sátiras en su contra, que desesperadamente buscan revertirse desde diferentes oficinas contratadas en el país.

Por supuesto que el Presidente y su equipo están en su derecho de comunicar los logros de Peña Nieto, pero no es ético ni legal hacerlo con técnicas de acarreo digital. Su uso, además, confirma las deficiencias en el diseño y aplicación de las más elementales estrategias de la comunicación política, ya que el objetivo de convencer comunicacionalmente a la sociedad del buen desempeño gubernamental no se busca a partir de logros tangibles, sino de aplausos generados de una realidad virtual (que no vota y en general no existe) y de coberturas periodísticas a modo, que tampoco han sido funcionales.

El uso de los “Peñabots” es la materialización del fracaso de la comunicación política en Presidencia de la República. Son, como decía, una acción desesperada ante una opinión pública crítica, pero que a diferencia de otras épocas no pasa inadvertida, como la foto de un político sonriendo a un niño para generar una imagen de confianza, sino que ahora se evidencia con datos duros y comprobables, lo que genera paradójicamente más rechazo. Es, pues, una estrategia de escasos resultados y un gasto inútil.

El problema, sin embargo, no está sólo en cómo comunicar y convencer. Como lo advierten los expertos de la comunicación política, el problema está en la política, en el desempeño de un gobierno con escasos resultados benéficos para la sociedad, en la deshonestidad de algunos de sus funcionarios, en la ineficaz lucha contra la corrupción y la inseguridad, en los escasos logros para abatir la impunidad y la violación a los derechos humanos, es decir, todo aquello en lo que desafortunadamente la actual administración ha tenido poco éxito.

La petición del doctor Villanueva debe ser tomada en cuenta por las legisladoras y los legisladores. Al establecerse la prohibición expresa para utilizar los recursos en el desarrollo de estas regresivas técnicas en redes sociales en las partidas asignadas a comunicación social, estudios de opinión pública o cualquier otro concepto incluido en el Presupuesto de Egresos de la Federación, hay herramientas legales para supervisar más estrictamente el gasto y su aplicación. ¿Es suficiente? No, porque sin voluntad política siempre habrá dinero para este tipo de propaganda encubierta, ya sea proveniente del mismo gobierno o de grupos que simpatizan con el Presidente y otros funcionarios públicos.

Los “Peñabots” no desaparecerán. Luego vendrán los “Osoriobots”, los “Zavalabots” o los “Pejebots”. Su uso parece ser una práctica frecuente de nuestra clase política, que busca ser un sustituto o complemento en la era infocomunicacional de los acarreos masivos a cualquier acto de campaña o de gobierno. Es una expresión de la calidad de nuestra democracia y de los enormes retos que tenemos como sociedad. Identificar, convivir y rechazar a estos usuarios virtuales y pagados es también parte de nuestros aprendizajes sobre el mundo digital.